Maximiliano de Habsburgo: La Vida del Emperador Europeo de Mexico/Gustavo Vazquez Lozano

Maximiliano de Habsburgo: La Vida del Emperador Europeo de Mexico/Gustavo Vazquez Lozano

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Hab a una vez, cuando la guerra civil amenazaba separar a Estados Unidos, una monarqu a al sur del R o Bravo. El reino se llamaba M xico. Hab a un castillo, una princesa y un joven pr ncipe alto y barbado; era noble e idealista, ten a fuego en el coraz n, pero tambi n era d bil y cr dulo. Necio, dec an algunos. Un d a, cuando todav a era adolescente, escribi "La ambici n es como el aeronauta. Hasta cierto punto la ascensi n es agradable y hace gozar de una vista espl ndida y de un panorama inmenso. Pero cuando se sube m s, sobreviene el v rtigo, el aire se enrarece y crece el riesgo de una gran ca da." Con esa par bola, el pr ncipe austriaco Maximiliano de Habsburgo plasm sin darse cuenta el destino hacia el que cabalg valiente, a pesar de las advertencias... y de los aduladores. En todo caso, sigui lo que su coraz n le indicaba. Y Carlota, la princesa, era por su parte "una de las m s cultas y bellas" de toda Europa. Desde ni a sab a que un d a se convertir a en reina, o emperatriz. Cuando les hablaron por primera vez de ofrecerles la corona de M xico, ella ten a 22 a os y l 28, y estaban cercados por las intrigas y ambiciones de sus hermanos. Todos ten an prisa de quitarlos del camino. Por eso, cuando un par de a os m s tarde la pareja recibi a una comisi n diplom tica oficial donde les aseguraron que M xico requer a su presencia, fue como un cuento de hadas hecho realidad. En la imaginaci n de la poca, el lejano pa s era el para so que hab a descrito el gran ge grafo Alexander von Humboldt, con sus espesas selvas y bosques, volcanes humeantes, riqu simas minas de oro y plata, playas infinitas y p jaros ex ticos. "El punto de vista m s peligroso, es el punto de vista de quien no ha visto el mundo," escribi el explorador pruso, y Max lo crey y lo vio con los ojos de su alma. Pero en M xico la realidad era distinta a la imaginaci n. Tarde se dieron cuenta de que hab an ca do bajo la seducci n de las sirenas, especialmente una que estaba sentada en el trono de Franci

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